El Golfo de México, el gran mar interior del océano Atlántico tropical, es un ecosistema tan diverso como vulnerable. Ha estado sometido desde hace millones de años a todo tipo de cambios geológicos y climáticos y en épocas más recientes a los efectos de la actividad humana, que requiere de poco tiempo —en ocasiones sólo de algunos días— para ocasionar trastornos devastadores e irreversibles.

Entre la infinidad de hábitats y especies que atesora este cofre valiosísimo de maravillas naturales, uno de los más importantes y menos conocidos es el bentos, término ecológico con que se agrupa a todos los organismos que viven en el fondo del mar, hundidos en el sustrato o desplazándose por su superficie, explica el Dr. Daniel Pech Pool, investigador titular del departamento de Ciencias de la Sustentabilidad del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur).

Las comunidades bentónicas son muy diversas, desde organismos microscópicos hasta especies como camarones, langostas, almejas, caracoles, corales y estrellas de mar.

La macrofauna bentónica se incluyó —con las tortugas y los pastos marinos— en el estudio sobre la condición de vulnerabilidad del hábitat marino y la biota (conjunto de especies de plantas, animales y otros organismos que habitan un área determinada) de la Plataforma de Yucatán.

Dada la complejidad y retos que implica el estudio de numerosos elementos de la biodiversidad marina, se seleccionaron esos tres grupos, que tienen diferentes niveles de organización biológica, pero que por sus características sirven como indicadores de las interacciones en el ecosistema, recuerda el también coordinador de Ecosur en Campeche.

El CIGoM

Ecosur fue una de las muchas instituciones que participaron en el megaproyecto de exploración del CIGoM, consorcio con un enfoque multidisciplinario que reunió a más de un centenar de profesionales para estudiar durante cinco años todo lo concerniente al Golfo de México con el objetivo de recabar información científica que sirva para trabajar en la conservación de la cuenca oceánica.

Servicio vital

Los organismos del bentos son útiles en varios sentidos: además de servir de alimento o usarse como carnada, la ciencia los toma como indicadores biológicos. Como tienen una respuesta muy rápida a los cambios ambientales, su presencia y abundancia señalan algún proceso o estado del ecosistema en el que habitan, en especial si esos fenómenos constituyen un problema, indica el Dr. Pech Pool.

Son además los encargados de transferir la energía que producen los organismos fotosintéticos que están arriba a la cadena de organismos que están en el fondo. Son el enlace de este proceso: comen, pisan la materia, la transfieren al servir de alimento a otras especies.

“Y últimamente han adquirido relevancia porque a alguien se le ocurrió estudiar cómo se fija el carbono en el suelo marino. Resulta que estos organismos, la mayor parte invertebrados, son los responsables de la maquinaria que hace que el carbono descienda, se transfiera y finalmente se fije en el sedimento”.

“Gracias a ese servicio esencial no nos hemos muerto asfixiados por el exceso de carbono”, afirma el investigador. “Los organismos bentónicos son los almacenistas del dióxido de carbono (CO2): lo toman y lo llevan a guardar debajo del suelo marino. Lo hacen por medio de sus funciones metabólicas: van comiendo, transpirando, se van descomponiendo”.

Son muy importantes, aunque no sean conocidos. Y no son valorados porque no son especies “sexis” como las tortugas marinas, prosigue.

El proyecto del CIGoM permitió conocer casi todo lo que hay hasta los 300 metros de profundidad, hacia donde termina la plataforma de Yucatán. Con la información, los investigadores elaboraron un inventario de alrededor de 700 especies, entre ellas una recién descubierta.

Son organismos muy frágiles, porque como están siempre en el fondo, cada vez que hay pesca de arrastre —que arrasa todo a su paso— cuando cae algún contaminante al mar o azotan nortes o huracanes, se producen cambios catastróficos en la morfología del sedimento y son los primeros en desaparecer. Están sujetos a múltiples amenazas que pueden modificar su distribución y diversidad.

Peritaje

La decisión de ir más lejos de lo que acostumbran las investigaciones científicas fue una de las aportaciones más valiosas de CIGoM, porque la ciencia está habituada a señalar cuántas especies hay y cómo deben estudiarse y hasta ahí, narra el Dr. Pech Pool. Ahora, se buscó además saber qué peligros corren y cómo responden si llegan a ocurrir esas amenazas: ¿cuál es su grado de sensibilidad?, ¿se modifican?, ¿desaparecen?, ¿son capaces de recuperarse?, y si esto es así, ¿cómo le hacen?

“Se trata de un peritaje muy completo, más que una evaluación ecológica por sí misma, porque en ésta se describe lo que hay, pero no se busca, no se ve lo que está modificando —o puede modificar— a los organismos, esto es, cuáles son los peligros que los acechan”.

Y de acuerdo con los resultados de estudios del equipo de investigación, las amenazas principales para el bentos de la Plataforma de Yucatán son la pesca de arrastre, los nortes y huracanes, el tránsito marítimo y la acidificación del mar.

Se averiguó además si cambiaban no sólo la abundancia y la diversidad de los organismos, sino también sus atributos funcionales. Esto es, los científicos estudiaron cómo responden ante cada amenaza y cuáles pueden hacerles más daño de acuerdo con sus funciones: si son organismos que se mueven muy rápido o no pueden desplazarse, si comen sedimento directamente, si tienen una conchita (como los moluscos) o un exoesqueleto (como los camarones)…

Grata sorpresa

Con la información obtenida en el proyecto del CIGoM y datos complementarios aportados por el Laboratorio de Conservación de Biología de la UNAM en Sisal el equipo elaboró un conjunto de mapas de la Plataforma de Yucatán en los que aparecen indicados qué organismos habitan en cada zona y a qué son más vulnerables.

Los mapas muestran qué puntos son más sensibles a huracanes, cuáles a la pesca de arrastre, cuáles a la acidificación marina… Los complementa una escala de colores: el rojo señala la presencia en la zona de cuatro amenazas (y por tanto, mayor vulnerabilidad); el naranja, tres; el amarillo, una.

Utilidad

Precisamente la mayor utilidad del estudio es que identifica con precisión el grado de riesgo de cada zona y podría servir en los planes de manejo para definir qué se puede hacer y qué no en las más expuestas.

“Usando un símil médico, es como decir ‘este enfermo tiene más síntomas, necesita descanso; este todavía no está tan mal, podría seguir funcionando en forma casi normal’”.

“Esa es la idea de la evaluación de la vulnerabilidad. Presentamos un diagnóstico de la salud de la comunidad bentónica de manera semejante a lo que hacen los médicos, que tras estudiar al paciente y saber cómo está, que le duele, pueden decir quiénes, por sus comorbilidades, corren más peligro si contraen covid”.

En conclusión, mientras más amenazas afronta un ecosistema, más vulnerable es ante un posible derrame de petróleo, apunta. “Y de acuerdo con esta filosofía médica, nos encontramos con la agradable sorpresa de que tenemos en la Península de Yucatán un ambiente de bentos saludable, salvo algunas zonas cercanas a la costa que por estar expuestas a más excesos ambientales tienen una capacidad de recuperación más lenta”.

Paradoja

Que los organismos que viven en el lecho marino de la Península no sean tan vulnerables puede atribuirse a que la mayor parte de las larvas de las que se alimentan vienen del Caribe, arrastradas por las corrientes, lo que les permite recuperarse, dice.

En resumen, el bentos de la Península es relativamente saludable y poco vulnerable a un posible derrame de petróleo, debido a las corrientes marinas.

“Tendría que haber un vertido de crudo en la zona, producto del accidente de un barco o que en un futuro Pemex decida hacer exploraciones en esta parte”.

El riesgo mayor

A juicio del investigador del Ecosur, de todas, la mayor amenaza para los ecosistemas y especies del mar de la Península es la acidificación marina. “Desconocemos su impacto, no la podemos ver, pero sabemos que está ocurriendo”.

Son moléculas de carbono, compuestos de gas que se disocian y que provocan que en algunas zonas el agua se vuelva más ácida, expone. “No sabemos si la Plataforma de Yucatán —que es un alka-seltzer, que es calcárea— es capaz de lidiar con esto. Es una amenaza invisible y no hay tecnología para revertir sus efectos. En el caso de la pesca de arrastre, se detiene; el tránsito marítimo se puede regular, pero el problema de la acidificación es mucho más complejo”.

Tomado de: Diario de Yucatán